En 1934 Albert Einstein publicó un libro titulado The World As I See It (El mundo como yo lo veo), que contenía una serie de ensayos sobre su visión del mundo. De entre todos estos ensayos, de muy recomendable lectura, destaca la primera parte, que da título al libro, y más concretamente el segundo ensayo, también titulado igual que el libro.
De este breve ensayo, que podéis consultar aquí al completo, quiero rescatar una pequeña parte:
Nunca he visto la comodidad y felicidad como fines en sí mismos —a esta base crítica la llamo el ideal de la pocilga. Los ideales que han iluminado mi camino, y una vez tras otra me han dado valor para enfrentarme a la vida con alegría, han sido Amabilidad, Belleza y Verdad. Sin el sentimiento de parentesco con hombres de mente similar, sin la ocupación con el mundo objetivo, en lo eternamente inalcanzable en el campo de los esfuerzos artísticos y científicos, la vida me hubiese parecido vacía. Los objetivos banales de los esfuerzos humanos —posesiones, éxito exterior, lujo— me han parecido siempre deleznables.
(…)
Mi ideal político es la democracia. Respetar cada hombre como un individuo y no idolatrar a ninguno. Es una ironía del destino que yo mismo haya sido receptor de una excesiva admiración y reverencia por parte de mis congéneres, sin haber faltas o méritos por mi parte. La causa de esto puede ser perfectamente el deseo, inalcanzable para muchos, de entender las pocas ideas que con mis débiles poderes he alcanzado después de una lucha incesante. Soy consciente de que para cada organización que alcanza sus objetivos, un hombre tiene que ser quien piense, dirija y generalmente cargue con la responsabilidad. Pero la dirección no debe ser obligada, ellos tienen que poder elegir a sus dirigentes. En mi opinión, un sistema autocrático de coerción pronto degenera; la fuerza atrae a hombres de moralidad pobre… Lo realmente valioso en el desfile de la vida humana no me parece el estado político, sino el individuo sensible, creativo, con personalidad; sólo ellos crean lo noble y lo sublime, mientras el rebaño como tal queda embotado en pensamiento y embotado en sentimiento.
Este tema me lleva al peor afloramiento de la vida del rebaño, el sistema militar, al que yo aborrezco… Esta plaga de la civilización debería ser abolida con la mayor rapidez posible. El heroísmo del mando, violencia sin sentido y todo el repugnante sinsentido que va junto al nombre del patriotismo— ¡qué apasionadamente los odio!
La primera vez que leí este ensayo entendí que Einstein era mucho más que uno de los científicos más relevantes de la historia, capaz de enunciar una teoría que revolucionó completamente la física clásica. Más allá de todo ello, Einstein era una persona normal, pero no como cualquiera, sino de los que desprecia a quienes quieren establecer diferencias entre las personas por su estatus, riqueza o forma de pensar.
En cierto modo esta reflexión me recuerda a la que traje aquí hace algunos días con Los héroes de Noam Chomsky. Einstein en este texto habla también de lo pobre que es tener que crear ídolos y héroes a los que seguir, cuando el mérito de algo nunca debe recaer sobre una única persona, sino sobre la sociedad en su conjunto.
De hecho, expone claramente la consecuencia directa de crear ídolos, y es que hay gente que se ve atraída por esas posiciones, que casualmente nunca son los nobles que quieren mejorar el mundo, sino los que se quieren aprovechar de él. Es consciente de que el mundo, y cada una de las sociedades que lo componen, necesita líderes capaces de tomar decisiones, pero estos líderes han de ser elegidos por todos aquellos que vayan a estar bajo su liderazgo.
Y al final, una vez hayan liderado a grupo durante un tiempo, deben ser recordados como representantes, no como imágenes que idolatrar por cambiar la sociedad, porque al final, la sociedad cambia por sí sola, gracias a los pequeños aportes de cada uno de los individuos que la compone, ya sea para bien o para mal.
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